Anoche terminamos, como casi siempre, en el local más exclusivo de Villabalter: el Gelo's. Después de cenar y ver el vídeo de la queimada, la adrenalina seguía a flor de piel. No sabíamos si teníamos un nudo en la garganta o era la empanada que se había atrancado en el gaznate. Para que la emoción siguiera subiendo como la deuda española, Sergio Druida nos hizo entrega de este presente.
El presente es el cartel, los sujetos que lo sujetan ya eran de propiedad balteriana.
¿Y qué nos había llevado a esa emoción? A ver si se van a creer que los balterianos somos un atajo de sensibleros de lágrima fácil y que lloramos hasta viendo Masterchef...¡Pues nada de eso! Somos gente recia y disciplinada y con el alma más dura que las patas de truss. Lo que pasa es que formar parte de esta noble secta, aunque sea observando desde una esquinita tal y como hace el que suscribe, le permite a uno
sentir como propio lo colectivo. Me explico: ve uno cómo Darío desuella a Álex, o cómo Sergio va dándole vida a un Tenorio trovador, o cómo Judit se avejenta para delicia del público, y nota un borboteo de satisfacción que se extiende del pecho a toda la piel. Y para eso no hace falta sentarse encima de los cables.
El chamán reponiendo fuerzas antes de entrar en acción. Leche, cacao, avellanas y azucaaaaarrrrr...
La cuarta queimada bajo la batuta de Leti (por mucho que ella se empeñe en decir que todo es trabajo de los demás) fue todo un éxito. Con una fuerza visual inusitada y un bien hilado discurso narrativo, Retazos de teatro en un baúl dejó con la boca abierta al respetable, provocando risa y emoción a partes iguales. Aprovechando que ya tenía la boca abierta, el respetable se ventiló los quince litros de queimada en un pispás.
Aquí vemos a dos hombres sabios removiendo la queimada. Por lo visto, a Quino casi se le quema el mango. El del cazo, digo.
Sobre las tablas se juntaron hasta diecisiete actores de todas las edades y tamaños que cabe imaginar. Tras el preámbulo de los niños con el abuelo en el desván, la obra arrancó con la potente coreografía del rito chamánico. El público estaba con los ojos como platos siguiendo la danza tribal.
Un servidor no pudo evitar una honda emoción al ver a Enma, Isa, Coral y Marta pelopidizadas de nuevo, cuatro años después. De aquella, este chupasangres se atrevía a subirse al escenario en lugar de vampirizar el talento ajeno.
Las diosas en cuestión se pusieron de inmediato manos a la obra. Eris les regaló la manzana de la discordia y Paris, ante las suculentas ofertas que recibió de las deidades, se dejó guiar por aquel viejo dicho de las tetas y las carretas. Luego vino la guerra de Troya, pero como estábamos en modo resumen, eso nos lo saltamos.
De ahí la acción pasó al XVI italiano de la comedia del arte. Nuestos polivalentes actores se enfundaron las máscaras y representaron un atraco a mano armada. El pantalone, más agarrado que un chotis, acabó recuperando la pasta en una perfecta metáfora de la realidad social: el dinero siempre lo tienen los mismos.
Aquí vemos a los malévolos apandadores dando el palo al avaro pantalone.
La siguiente parada del viaje fue un paralelismo entre los procesos creativos de Shakespeare y Zorrilla. William y José alumbraban a sus más conocidas criaturas, y así un dócil Hamlet y un díscolo Tenorio cobraban vida ante nuestros ojos. Marcos y Carlos, largos como el mástil de un velero, encarnaron a ambos personajes.
(Pregunta sugerencia: ¿para cuándo uno de estos clasicotes representado por los balterianos?)
Del mismo modo que Bill y Pepe compartían la solitaria zozobra del creador, sus protagonistas compartieron amada en Ofelia/Doña Inés que encarnaba la sin par Begoña.
Aquí vemos a la simpática moza, presa de una angustia vital insoslayable, probablemente consecuencia de la ingesta de yogures en mal estado.
Para finalizar, Judit retomó su personaje de abuela cascarrabias para ver si aparecía la churrera de una maldita vez (sí, todo esto venía a que estábamos buscando una churrera; ¿de verdad no lo había dicho?). Puso a los nietos y a su consorte en su sitio y arrancó un buen puñado de entregadas carcajadas al público.
Cuando llegaron los aplausos finales, daban ganas de darle al botón de reiniciar y de poner a todo el pueblo a bailar la danza del chamán. Uno se nota pequeño ahí abajo viendo lo que los demás han hecho ahí arriba, pero a la vez se siente orgulloso de llevar la misma camiseta que todos ellos.
Y así nos fuimos todos a dormir, bocarriba o bocabajo, en cama o ataúd, con la satisfacción de ser unos auténticos payasos.
Hoy a las 22:30 en donde siempre, Trejoviana nos trae su fantástico Tartufo o el impostor. Si no han visto aún, ya pueden venir a coger sitio, y si ya la han visto, pues...qué les voy a contar. No se la pierdan.
Desde tan lejos no pudimos verla, tendremos que esperar al video, pero he de decir que continuamente estuve acordándome de que tal iría y cuan guapas irían nuestras diosas griegas (ni que decir tiene, mi querido vampiro, que ambos dos sentimos algo muy especial cuando vemos a estas ya no tan niñas subidas al escenario), o nuestros escritores, o las nuevas generaciones que vienen comiendose el escenario, o nuestra Doña Inés atragantada con sus yogures caducos de tapas marchitas, y todos y cada unos de vosotros. Los de arriba y los de abajo. En definitiva todos los que llevan la camiseta del clan y se pasan el día dando abrazos (ya sabéis lo que me gusta jejeje).
ResponderEliminarUn orgullo pertenecer a esta familia. Sois unos buenísimos artistas y mejores aún personas.