Balterius

Balterius

2 de abril de 2012

Crónica del estreno de "El príncipe feliz" en Tabuyo del Monte




Con la llegada de la primavera y el estímulo de los billetes de la diputación, Balterius'98 viajó hasta Tabuyo del Monte para estrenar su nuevo trabajo. Los balterianos tenemos el espíritu nómada de un pajarraco migratorio, así que poco nos costó cargar la furgoneta y llevar nuestra nueva obra hasta el corazón de la Maragatería. De hecho, una nutrida representación de balterianos había asistido la semana anterior a una concentración teatrera regional con un notable perjuicio para su salud: días más tarde aún hablaban entre ellos en un lenguaje incomprensible, entornaban los ojos en miradas aviesas, proferían extraños gritos de éxtasis colectivo y babeaban una espumaraja blancuzca que parecía provenir de lo más profundo de sus negros corazones.

El caso es que surcamos despreocupadamente las tranquilas carreteras maragatas y nos instalamos en la casa del concejo de la localidad. Ya de mañana la troupe se movía con su ritmo y coordinación habitual. Los técnicos se afanaban en controlar la iluminación, los actores ajaban y ensuciaban su vestuario y los músicos tañían sus intrumentos. Los que no tenemos oficio definido, pululábamos por allí incordiando lo menos posible y compartiendo los nervios colectivos.

Después de una suculenta refección en la que nos pusimos hasta las patas, el ritmo se aceleró. Siempre faltan algunos detalles, pero aún así el elenco se las ingenió para hacer un pase. En un montaje como este, la sensación recuerda a la de intentar resolver el cubo de Rubik mientras uno mira de reojo la cascada costante de un reloj de arena. Por fortuna (o mejor dicho, por el talento de los presentes) el cubo mágico siempre acaba por ensamblarse.

Así que a las ocho pasadas levantamos el telón. La sala se llena. Casi todos los presentes son locales, aunque algún amigo se ha animado a acercarse hasta allí. En el momento en que Carlos arranca con las primeras notas y Yasmín empieza a revolotear, todos notamos esa emoción compartida y tensa de cada representación (y de cada SETIC); en esta ocasión, aumentada por el hecho de estar ante un estreno.

Aunque flota en el ambiente la idea de que no habría estado mal disponer de algo más de tiempo para los ensayos, el cubo de Rubik se ensambla y las piezas encajan con armonía. Las sombras, la marionetas, el baile de Yasmín y la música dulce de Carlos y Sergio nos imbuyen ya desde el comienzo en el mundo fantástico del cuento, en la atmósfera irreal y familiar de los relatos leídos o escuchados en la infancia; la animalización de los personajes le concede al cuento un barniz algo más ácido que el original y las máscaras neutras aportan el punto de sobriedad.

Veo la obra desde la parte trasera, junto a Quino, que ni se inmuta. Para mí que este tiene el corazón también de plomo, como el príncipe. O será que no les quitá ojo a los actores para echarles la bronca luego.

El amarillo huevo de las paredes no realza precisamente el juego de luces y sombras, pero poco podemos hacer frente a eso. Aunque no conseguimos que funcione el proyector, la obra sale adelante sin problemas. Begoña corrige con agilidad felina un despiste de texto del que el público no llega a enterarse. De tanto como nos gusta la diputación, homenajeamos a su presidenta con uno de los personajes de la obra. Al final todos son aplausos y felicitaciones.

Terminamos la jornada con una cerveza en Astorga, pero hay tiempo para poco más. Una vez en la cama (cada uno en la suya, o al menos yo dormí solo en la mía), cuesta conciliar el sueño. La fatiga se entrevera con el refuerzo de adrenalina y basta con cerrar los ojos para que vuelvan a sonar las primeras notas de la obra. Pero al final el cansancio se impone y uno se duerme con la felicidad de que este es solo el inicio del nuevo viaje de Balterius.